Nueva novela de Tununa Mercado

–¿Cómo se mete en la historia Walter Benjamin?
–El diario de Sonia era una especie de bitácora que dejaba espacios en blanco, anotaciones como para contarle después a alguien. Estaba escrito en francés, y mientras lo traducía –como para hacerles a Pedro y sus hijas algún tipo de devolución– reparé en los itinerarios de pueblo en pueblo que iban haciendo en su huida de París. Ese año hubo una publicación del Instituto Goethe de homenaje a Benjamin, y al hojearla vi unos mapas con rutas para cruzar la frontera, con los nombres de pueblos del sur de Francia. Y fue como una especie de rapto, porque ella anota que una de las noches discute con “B” sobre Nietzsche y Schopenhauer, y ahí me dije: “Esa conversación la tuvo con Benjamin: ¡ellos se encuentran!”. Por esas fechas los dos coincidían en la zona. Como esa bitácora estaba escrita de manera críptica, con iniciales, se me armó esa historia. Y eso se completó la siguiente vez que fui a México; le pregunté a Pedro a qué gente veían sus padres: “A Adorno, a Benjamin...”. Y al día siguiente me trajo una foto de Benjamin. Entonces me gustó hacer ese tejido, el de dos gentes que andan con París en la guerra, ella con su niño, él con Baudelaire y su madre. Esa relación me parece que signa un poco el libro; el personaje de Benjamin está como un halo. Fui a Port Bou (el lugar donde se suicidó) y vi qué era eso. Estuve casi tocando la atmósfera de lo que habían sido esos éxodos, esos pasos de frontera.
–En su escritura hay mucho cuidado por el detalle: de cada pequeña cosa pueden encerrarse o desprenderse muchos significados. ¿Qué persigue al usar la lupa de ese modo?
–Al escribir se va configurando una forma que será la de la idea que la ha gestado. Yo creo que ése es el placer de escribir, o el desafío: de pronto uno va cercando el objeto, lo rodea hasta ubicarlo, como si lo dibujara. Para mí no tendría sentido escribir si obviara esa filigrana: eso es lo que me atrae. Es como escuchar música: si uno tiene espíritu analítico, va viendo todas las entradas y salidas de todos los instrumentos. Al mismo tiempo que quiero la lupa, la idea del detalle, responder al llamado de las cosas para poder decirlas, me defiendo de todo lo que sea canónico


De la entrevista en Página 12 sobre "Yo nunca te prometí la eternidad", editorial Planeta.


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